Hna. Nathaly Vera (Ecuador): Ella, desde que se dejó moldear por el Señor y por nuestra Madre, hizo vida lo que dice el libro del Eclesiástico.

La Hna. Nathaly Vera es de Chone (Manabí, Ecuador). Conoció a María Augusta cuando esta tenía 12 años y fue testigo de su transformación, desde la niña tímida que era en ese momento, hasta la joven fuerte y valiente, siempre dulce, que llegó a ser.
Conocí a María Augusta cuando ella tenía doce años. Mi recuerdo de ella es que era tímida. Nos miraba a las chicas del Hogar y se reía un poco, pero nunca nos hablaba. Me parecía una chica muy profunda, pero silenciosa. Yo siempre pensaba: “Algún día esta nos dará la sorpresa, porque se le nota a legua que el Señor va a por ella”.
Recuerdo el primer campamento que tuvimos en Ecuador. Ella asistió y salió transformada. No sé que paso en ese campamento en su alma, pero era una persona nueva. Su rostro y su forma de ser cambiaron. Empezó a tener con nosotras una relación de confianza, y se unió mucho a nosotras. Daba gusto estar con ella.
La veía siempre sonriente, y esto era una de las cosas que me llamaba la atención. Le decíamos, de cariño, “Cieli”. Y a esto yo le añadía: “Mi negra”. Y ella siempre me respondía con su sonrisa. Recuerdo una vez meterme con ella con el tema de la vocación, y me miraba con cara de: “Si supieras…”
Era una chica muy valiente, y con una fuerza que nos dejaba a veces con la boca abierta, porque -como era tan tímida- no creíamos que fuera así. Pongo un ejemplo. En el 2009, en Ecuador, se hizo el recorrido de la Cruz de la JMJ 2011 Madrid. Teníamos que ir a El Carmen, un pueblo de la provincia de Manabí, a recoger la Cruz de los jóvenes. Habíamos quedado en ir con todas las chicas para recibirla, pero no sabíamos si María Augusta y su hermana vendrían. Su hermana nos dijo que a lo mejor no podían por motivos personales, pero María Augusta dijo que ella si vendría.
Al día siguiente, María Augusta llegó a casa de las hermanas. Nosotras estábamos ya preparadas para marcharnos a recoger la Cruz. Sorprendidas le preguntamos: “¿Has venido?” Se nos río con esa sonrisa que tenía, y dijo con mucha alegría en su rostro: “Sí, he venido”. Esto lo dijo con una alegría y una fuerza como si hubiera superado algo muy difícil. Seguimos preguntado: “¿Y tu hermana?” Nos respondió: “No sé, yo me vine sola”.
Al día siguiente, su hermana nos contó lo que había pasado, y nos dijo que ver lo que había hecho su hermana pequeña la había dejado admirada, por la fuerza y la valentía que tuvo.
Tenía una fuerza que movía. Era admirable: siempre trabajando, jugando, riendo… Y todo por Aquella (la Virgen María) que le transformó el alma. Ella, desde que se dejó moldear por el Señor y por nuestra Madre, hizo vida lo que dice el libro del Eclesiástico:
“Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad.
Pégate a Él y no te separes, para que seas exaltado en tu final” (Eclesiástico 2, 2).