"La mayoría de los jóvenes con los que hablamos estaban bautizados, pero cuando les preguntábamos: “Entonces, ¿vives cristianamente?” la respuesta general era que no. No iban a misa los domingos, y muy raras veces se confesaban o rezaban".
En enero de 2002, las Siervas hicimos una misión a diferentes ciudades de España, en la cuál participó Clare, que en ese momento llevaba cinco meses de candidata. Ella fue con un grupo de hermanas a la ciudad de Palencia y salían a la calle a hablar con los jóvenes. La experiencia impactó fuertemente a Clare, al ver qué perdidos estaban los jóvenes y lejos del Señor, ya que hacía poco que ella misma había estado igual. Por eso, escribió un artículo en la Revista del Hogar de la Madre y salió en el número 105, marzo-abril. Aquí les presento un extracto de este artículo.
Nos fuimos con los corazones llenos del deseo de salvar almas y de llevar a muchas ovejas perdidas a su pastor. Éramos bien conscientes de que la mayoría de los jóvenes no son devotos católicos, con el Rosario en mano como si fuera su posesión más preciada y una imagen del Señor en sus carteras. Conocíamos el gran poder de atracción que tiene el mundo con sus luces resplandecientes, coches ostentosos, placeres sensuales y consuelos naturales, pero a pesar de todo, queríamos mostrar a la juventud que todos estos mundanos resplandores no son oro y que los placeres temporales no pueden llenar nunca el corazón del hombre. La mayoría de los jóvenes con los que hablamos estaban bautizados, pero cuando les preguntábamos: “Entonces, ¿vives cristianamente?” la respuesta general era que no. No iban a misa los domingos, y muy raras veces se confesaban o rezaban. Algunos no querían oír cuando intentábamos explicarles que si ellos están bautizados tienen que cumplir sus deberes cristianos. Dios no era un tema interesante. Estaban más interesados por el novio y por los Reyes que iban a venir pronto ¡tenían que comprar todavía los regalos!
Cuando les preguntábamos: “¿Crees en Jesucristo?”, casi todos respondían que sí, pero cuando les decíamos: “¿y crees que Él murió en la Cruz por amor a ti?”, la respuesta era de sobresalto: “¡por amor a nosotros!. ¡No por amor a mí!”. Pues SÍ, JOVEN, tú que has escogido una vida de impureza y orgullo debes saber que Dios ha muerto por sempiterno y misericordioso amor a ti, a ti como individuo, a ti como hijo de Dios, nunca olvidado por Él. “Dios mío, ¡cuántos te conocen y no te aman!”. Yo pensaba cómo Nuestra Madre debe llorar desgarradoras lágrimas por las almas de tantos jóvenes que se pierden. (...) Tenemos que rezar todos los días por ellos y hacer cada día el esfuerzo de amar y consolar los Corazones heridos del Señor y de la Virgen que tanto sufren por estas almas.